viernes, 12 de agosto de 2011

El Café

Perdí el sueño como perdí las ganas. Perdí los 'ya fue' y los 'que me importa'. Soy una elaborada maquina de atar cabos sueltos, enredar y retorcer. Pero esto y pero aquello. Que si muevo el brazo así, no, así no. Que los ojos que la boca que pim que pam, ya fue.
Perdí los 'ya fue' y los 'que me importa', no fue nada y sí, me importa..No, no así como pensás, no tanto. No que decilo bien que te miran mal. Que si haces esto pueden creer lo otro, y si no pasa peor.
Blah Blah Blah, para... ¿sirve de algo? blah blah blah. Y se analiza el movimiento y la distancia y la latitud y longitud y si hay y no hay viento, y si se mueve el pie, la pierna... Pará.. ¿sirve de algo?
Perdí el sueño como perdí las ganas así que hacelo rápido ¿que estas esperando? No tengo todo el dia. Gracias, ¿cuanto te debo? Toma, te dejo propina.
Y de nuevo dónde, cuándo, cómo, por qué, abajo de la taza no lo va a ver, que arriba, al costado. Me pierdo pensando atornillado al banquito.
Que olor, ¿Basura o algo se pudre? Mi cabeza se pudre mi lady, así que agarra rapido esos cinco pesos y metetelos en el bolsillo. Hace mucho que no duermo bien, me duele acá y por ahí.
¿ Apagaría la estufa señorita? Me estoy cagando de calor, que dicho así suena mal ¿Y el por favor? Mejor me levanto y me voy, no, gracias, pero no quiero discutir con vos. Además sale todo caro. No hables, sos mas linda calladita. Si, así, sonreí.
Que no, solo sirve café, que solo quiere mi dinero. Que me voy o me quedo. Ya tengo puesto el saco, manga, manga. Arriba y afuera.
¿Por qué tomé café? Idiota de mi. Perdí el sueño como perdí las ganas. Perdí las ganas con gente como vos, me quedo con las palabras feas que no te gustan pero te dejo la propina.

viernes, 22 de julio de 2011

sábado, 4 de diciembre de 2010

sábado, 17 de julio de 2010

Mi nombre es Juan.

Mi nombre es Juan, soy asesino...va, si es que se me puede llamar así. Soy único, no como todos esos hipócritas que se dedican a destrozar el arte que es ser un buen homicida. A mi me gusta el aspecto psicológico de la muerte. Ver el pánico en sus caras, ver como el dolor corre a través de sus lágrimas, ver esa falsa esperanza que crean, pensando que vivirán.

Me encanta mi trabajo, trae muchas satisfacciones, sobre todo monetarias.

Un día un anciano entro a mi despacho, le digo despacho al callejón donde espero pacientemente a alguien que precise mis servicios. El hombre se veía apurado y nervioso, como si nunca hubiera hecho algo así. Me dio una foto, en ella estaba una hermosa chica de no más de veinticinco años, rubia, delgada, con la contextura de un ángel. Parecía ser un encargo entretenido.

Me levante temprano al día siguiente, soy puntual para mis citas. Deje el auto unas cuadras alejado. Hacia un frío otoñal agradable, me pone de buen humor pisar las hojas en otoño. Llegue a la dirección que me habia indicado el viejo, era una mansión antigua. Las rejas oxidadas no fueron obstáculo para mí, la puerta trasera tampoco. Al entrar, el hedor a humedad golpeó mi nariz. La casa era bastante grande, estaba llena de rincones oscuros y huecos en el piso. Una manta de polvo cubría delicadamente los muebles, todo parecía abandonado. En un par de días todo eso me seria un recuerdo borroso.

Revise las habitaciones, cada vez que rompía una puerta un espeso olor a hospital salía pesadamente. Esa pestilencia a enfermería que hace que se te comprima el estomago, esa peste a muerte y enfermedades. Ese olor que hace que quieras salir corriendo, que saca las esperanzas, se iba apagando a medida que abría las ventanas. Subí y baje varias veces, todos los cuartos igual, pero faltaba mi victima. A punto de estallar de ira me di cuenta de que no habia revisado un lugar, el sótano.

Baje lentamente mientras el crujir de los escalones me acompañaba. Cada paso mas abajo era un paso más hacia la oscuridad que dominaba el lugar. Al empujar la portilla vi a mi anfitriona, sentada bajo la luz de unas velas me esperaba, lista. Estaba sobre la cama, vestida con un camisón blanco. El magnifico pelo rubio que habia visto en la foto estaba sucio y mojado. No me interesaba saber porqué la joven estaba allí, ni porqué querían matarla, así que empecé con lo mío.

La amarré a la cama y la despoje de su camisón. Ya preparado todo procedí a sacar mi cuchillo preferido, el viejo Tony. Oh si, el viejo Tony, su filo mellado tantas alegrías me habia dado, sabia que él era el perfecto para esta misión, no me iba a defraudar. Corte su rubia cabellera y con precisión quirúrgica tracé incisiones en su cara. Pero no tuve ninguna respuesta.

Las jóvenes son más divertidas porque desarrollan una fascinante histeria a la hora de ser asesinadas. Pero esta no. Ni una lagrima, ni una palabra. Formé un gran tajo en su abdomen, de manera tal que saliera la sangre necesaria para que comenzara a asustarse, pero nada. Me gusta conseguir lo que quiero, así que decidí ponerle ritmo al asunto. Estiré sus piernas, hice dos torniquetes y corte. Corte carne, músculo, hueso. Veía el terror en su rostro, pero no el dolor. No lograba ver su sufrimiento, su pedido por piedad. Ya me estaba cansando, además su maldita sangre estaba manchando mi traje favorito. Decidí acabar con el trabajo.

Le pregunte si tenia un ultimo deseo antes de morir, quería saber mi nombre… Mi nombre es Juan.

Con su último aliento acotó: Quisiera despertar Juan.

Soy un asesino, si es que se me puede llamar así. Nunca maté a nadie, todos despiertan antes de que pueda lograrlo…

martes, 29 de junio de 2010

La Hoguera


-Los miro con desprecio a todos ustedes, los mas viejos y los mas jóvenes, a los que sienten lastima por mi, una lastima inútil, a los que me observan con asco, con aire de grandeza, soberbios. Podrán estar en un lugar mejor ahora, pero esta noche, cuando el mas profundo de sus subconscientes empiece a trabajar, van a desear haber estado en mi lugar, muriendo, desvaneciéndose. La vergüenza entrará en sus huesos y almas. Caerán rendidos ante su pésimo error, no podrán quitárselo de la mente ¿Quiénes se creen al apropiarse de una vida? ¡Aún muerto seré la plaga más difícil de exterminar! -gritaba John atado entre las pajas secas

-¡COMIENCEN!, este maldito hereje pagara por sus pegados, arderá en el mas calcinante fuego. Y que las brazas terminen el trabajo, así se lleva un recuerdo de este mundo- dictaba el verdugo.

El fuego empezó lento, así ardió. John ya había pasado por cuatro hogueras, dos orcas y tres sillas eléctricas, pero le gustaba despedirse con estilo. La muerte era horrible, pero nunca recordaba cuan horrible hasta que volvía a morir.

Hacia tanto tiempo que habia olvidado donde habia nacido ¿habría sido en Turquía? ¿O en la antigua roma? ¿Su madre no era una inglesa de la época colonial? ¿O era una de las miles de esclavas que habia construido las pirámides de Gizeh? Ningún dato se guardaba en su cabeza, ni nombres ni fechas. Todo terminaba siempre igual. Negro, luz, blanco, vacío. Después de cada una de sus muertes, sentía ese vacío. El causante de sus pesadillas, de su miedo. Era lo único a lo que le temía. No entendía cómo ni cuándo y menos porqué pasaba eso, pero ya se habia acostumbrado y casi no le molestaba